A diferencia de los pobres callejeros, los gatos domésticos son muy maniáticos con la comida. Son muy fieles a su intuición y olfato. Puedes haberte gastado una fortuna en una marca determinada y apenas la tocan. Toda una batalla para darles de comer, cuando el dueño le pone un tipo de comida determinado al gato y éste no quiere ni tocarla. Los gatos son carnívoros. Sus cuerpos demandan proteínas. Los piensos con cereales no son buenos. Tampoco los de “colorines”, que prometen llevar verduras, arroz o incluso frutas, algo que un gato sensato no comería por propia voluntad. A la larga acortarán su vida. En la calle suelen cazar lo que pueden. El aporte de verdura o cereales es escaso y proviene de lo que contengan sus presas en el estómago: hierbas, grano, etc.
De igual modo las comidas frías les pueden desagradar, no tienen el calor corporal de sus presas. Poner los comederos cerca del arenero les parece tan atractivo como para nosotros cenar lasaña en la taza del váter.
Se sabe de gatos que han preferido morirse de hambre antes de comer cosas que les resultaban inaceptables. Esto se debe a la poca variedad de comida que tienen desde que son gatitos: aceptaban lo que la madre les traía. Su paladar no detecta el sabor dulce ya que está hiperadaptado a la proteína. Esto es peligroso si viven en casa. El chocolate o las chuches humanas pueden parecer deliciosas pero mortales para ellos. La comida pasada o el mal estado les repugnará a no ser que (pobres) no les quede más remedio.
Cuando el gato pierde de repente el apetito, hay que consultar con el veterinario enseguida, ya que puede tener un problema serio. Si babea mucho puede indicar infección en las encías y pérdida de dientes.
Los gatos son muy inteligentes. Esconde chuches de gato por la casa. Se lo pasará bomba buscándolas y por supuesto NUNCA des tus sobras de la comida. Las salsas, sal, especias… Sus cuerpecitos no están preparados para digerirlos.