Oli salía de su escondrijo cada día a la llamada de Bárbara. Acudía, al oír su nombre, a comer la latita que su cuidadora llevaba a diario, pero también salía para recibir sus caricias diarias. Oli las esperaba con anhelo y antes de ponerse a comer, agasajaba a su cuidadora, con una serie de ronroneos interminables, frotándose contra sus piernas y sus manos, agradecida por quererla y que, de esta manera, la dura vida en la calle fuera más amable.
También buscaba sus caricias y el cobijo de las manos de Bárbara, cuando nevaba, llovía o granizaba. Siempre salía a buscar su dosis de amor, con el deseo de que se la llevasen a un sitio seguro y caliente, así se lo hacía saber a su alimentadora cuando la seguía hasta su casa. Bárbara sentía impotencia al no poder abrirle las puertas de su casa y darle el calor de un hogar, porque esa casa no era la suya.
Alguien debió de dejar a este saquito de ronroneos allí, cuando era muy pequeña pero, pese a haber sido abandonada, no guardaba rencor a los humanos, muy al contrario buscaba continuo contacto con ellos. Muchos de ellos la querían y la acariciaban pero otros no, y esos son los que nos daban miedo. Al llegar el caso a 4gatosmadrid.org, no pudimos mirar para otro lado y en el momento que pudimos hacernos con un lugar seguro para ella, no lo pensamos dos veces.
De esta decisión no nos arrepentiremos ni nosotros, ni ella, porque ahora se abre para nuestra pequeña Olivia un futuro lleno de calor humano, caricias (las que ella tan anhelaba) y seguridad.