A Bizcocho le conocimos como uno más de nuestra Colonia de Villarejo. Junto con su familia salía de debajo de algún coche cuando sentía el sonido de su alimentadora. El sonido del hambre.
Pese a ser callejero era confiado como su hermano, del que no se separaba. Los humanos para ellos eran seres que pasaban de largo y les ignoraban. Casi siempre los dejaban en paz. Regularmente uno de esos extraños, una humana, se paraba, les hablaba, les acariciaba y les alimentaba. Las condiciones de vida en la calle son duras, así que una mano amable para Bizcocho y su familia era el mejor regalo que podían tener.
Esa extraña humana, alguna vez se había llevado a algún pariente, pero al poco tiempo lo devolvía a la colonia y contaba historias sobre personas con batas blancas que les examinaban, les dormían y les curaban de enfermedades. Confiaban en su protectora. Era buena con ellos.
Un día Bizcocho comprobó que no todos los humanos eran iguales. Algunos eran malos. Todo fue muy rápido. Sólo supo que después de aquello su hermanito no se movía. Parecía como dormido pero no reaccionaba, no respiraba, no le respondía. Se quedó a su lado muchas horas hasta que vino la humana que les quería tanto. Ella parecía muy triste cuando descubrió lo que le había pasado a su hermano. Se acercó a ella para consolarla, y consolarse él pues se había quedado sólo en el mundo, a pesar de la compañía del resto de gatos de la colonia.
Su humana le metió en una jaula y le montó en uno de esos coches que él utilizaba para refugiarse de la lluvia y el frío. Fueron muy rápido y muy lejos. Le dieron de comer todo lo que quiso, le arroparon y le dieron calor hasta que se quedó dormido. Mientras cerraba los ojos, su humana le prometió que le encontraría un hogar, donde no tuviera nunca más que sentir soledad ni tristeza.
Bizcocho se encuentra actualmente en adopción. Si deseas formar parte de su vida, pincha AQUÍ